Con miedo del futuro
Aunque
se intenta continuar como si nada sucediera dentro del corazón y en mis
pensamientos, pasa de todo. Porque nada es lo que era y los planes acá se cumplen
poco o no se cumplen, según lo he notado. Todo pierde su sentido y su porqué
mientras caigo en el infinito y me veo nuevamente frente al abismo. Como tantas
veces no hay un milagro que me saque del pozo donde apenas llega la luz, donde
no puedo ser yo. Hasta que el agua empieza a caer.
La
calma llega con pereza y tarde. Capaz es ecuatoriana, no lo sé, pero esa
costumbre me resulta bastante conocida. Pero llega y eso me alivia. Y me tranquilizo
sin recurrir a la nicotina caminando para ya no pensar más. En el fondo sé bien
que no podré huir de mi por más rápido que corra. Hay que hacerse cargo de esta
vida que me tocó, que tiene sus matices, donde el futuro es una parte apenas, que
llegará como ha llegado a eso que hoy es un presente.
Y no
es que la esperanza sea desde este alivio una bandera que portar; no duele
tanto al menos por hoy. Yo sé muy bien que hay golpes más duros en la vida que
temerle al futuro, pero en la exageración tengo ya una maestría ganada. Así
soy. De una vez les digo para que no se sorprendan. Lo único que puedo comentar
es que la suposición, cuando se trata de ti mismo, es una enemiga. Esta
infiltrada para impedirte ser como un autosabotaje.
Agradezco si, que haya personas en mi vida
dispuestas a sostenerme ante ese abismo sin fondo, ante el horror del no saber
qué hacer. Ante la nada se enfrenta la confianza y el amor. Noten que no es un
romanticismo o la exaltación a la familia, sino la exposición de la lealtad en
una de sus más bellas expresiones. Porque enfrentar los miedos no es una tarea
sencilla. La compañía sincera es bienvenida.
Y, por
último, uno puede estar jodido, pero tampoco joderse por adelantado. (No
debería).
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