Menos balas más comunidad
Cae la tarde y los minutos mueren uno a uno en el reloj de mi pantalla. La desazón me come las entrañas mientras a lo lejos se va el sol a dormir (mientras, Sabina le levanta la falda a la luna seguramente). En las noticias, los muertos crecen y el concepto de vacunas en las calles nos tiene jodidos. El cojudo a cargo de dirigir el país está más preocupado de su reputación que arreglar este mar de sangre. Tal parece que solo traen de sus almenas la paz de los cementerios, como dice Ismael Serrano.
Inicio con la esperanza en el último lugar porque las fuerzas
para seguir creyendo están que no dan más. Y duele. Duele que tengamos temor de
vivir, de seguir creyendo que otro mundo es posible. Esto parece un pozo sin
fondo. Pero toca. No hay escapatoria y es necesario mojarse el poncho desde la
esquina que nos corresponda. Desde este teclado no saldrá la solución al
Ecuador; ya quisiera que mi recóndito espacio fuese un asidero de soluciones.
Las brutalidades que me suceden dejarían de pasar, o pasarían menos capaz.
Creo hablar con empatía, la real y no la vulgar copia que
oferta cada sinvergüenza con el ánimo de lograr atención. Gratamente para mí
aquí solo hay texto; para ustedes pienso que también. Dicho lo anterior, espero
que los deudos de cada muerto obtengan justicia y no solamente una fría lápida
donde llorar la ausencia de los suyos. Deseo que cada lágrima derramada por
esta maldita crisis deje de volver a nacer. Que las víctimas dejen de ser y los
victimarios caigan. Dudo que nos volvamos un edén, basta que esto ya no sea un
campo de minas donde cualquiera está en peligro.
Ya decía yo que no hay soluciones que pueda ofrecer. Solo
quiero decir que empecemos a dejarnos de pendejadas. Ya estuvo bueno de cuidar
el espacio sagrado de metro cuadrado personal. O actuamos como comunidad o nos
vamos todos a la mierda (ya tenemos los pies llenos de estiércol, falta que
suba hasta el cuello y luego nos cubra por completo). Y no es un llamado a
tomar un arma y creernos vaqueros criollos, sino de ayudar en lo que podamos,
así parezca algo insignificante. Compartir la foto de un desaparecido, no
comprar lo robado, lanzarle algo al choro que le va robando al prójimo.
Nada de héroes o heroínas. Si la situación es grave y hay
armas de por medio, la solución no está en actuar como en película de acción. No
hay bala que respete la valentía, ni nada material que valga más que la vida.
El propósito es cuidarnos, no ponernos en riesgo ante lo que no podemos
controlar. Únicamente anhelo que dejemos de contar tantos muertos por
delincuencia, por narcotráfico, porque nos roben lo que con sacrificio se llega
a tener. A cuidarnos un poco más en grupo, aunque el vecino no me agrade por su
forma de ser.
Lo mínimo sí ayuda cuando hay voluntad. A todos los valientes
en criticar las marchas por la seguridad les digo que es mejor cerrar la boca
cuando no haces nada. El silencio, tristemente, no forma parte del vocabulario
en la opinión pública. Por no callar y hacer lo más desesperado y estúpido, Guillermo
Lasso alienta el porte de armas como ya hizo al repartir miserables bonos para
la foto y el post en redes sociales, en las tragedias de Santa Rosa y Alausí.
Entiendo que de estadista no tenga un solo pelo, lo que ya cabrea es saber que
le pagamos un sueldo a él y otros ociosos para que se hagan cargo, pero nada.
En vez de limpiar el piso derramado de porquería, sueltan más.
Anido la idea que este abril la calma florezca un poco, como
lo han hecho los cholanes alrededor de Quito.
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