Quito como pasión personal
Quito parece tener dos caras. En el día es una jovencita juguetona que a veces se pone triste o de mal humor. En la noche es una dama libre que no pide consejos para vivir (no es una puta, bueno, no una puta cualquiera). Para algunos es una madre gruñona de aquellas de antaño y para otros una buena amante. Para los indiferentes quizá sea una ciudad donde únicamente se vive (solo pasa el tiempo mientras vas a trabajar). Lo cierto es que aquí se sueña y el sufrimiento puede ser intenso como el deseo. Seguramente tiene instantes felices no siendo su atuendo habitual como si lo es la nostalgia.
Cuando Quito llora, a ti te crece una ansiedad por
dentro. En el cielo, las nubles no te permiten ver las estrellas. Yo, del otro
lado, intento un consuelo que no lo es. Hago silencio y escucho los bocinazos
de la calle. La razón me advierte que tenga cuidado, pero ya estuvo bueno de darle
mucho espacio a la cabeza. Este es el tiempo y es el lugar, nada puede ser
mejor, como dice Javier Calamaro. Porque no es un capricho sino un porqué
sin razón aparente. Como nuestra capital que vive rodeada de volcanes y continúa
desafiante.
Y es que, si lo pensamos bien, sin el romanticismo metido
como una daga, o la defensa a ultranza de patriota de ciudad, Quito es una
ciudad engreída en el tiempo (también usurpada). Sin decir que está por encima
de cualquier urbe del Ecuador, tiene una particularidad distinta. Si fuera
común (dudo que haya ciudades comunes o moldes por replicar) seria aburrida. Y
aunque extraña como ella sola tiene un cielo que te atrapa. Debajo están tu
silueta y las leyendas que narras con pasión. Curioso que entre tantas iglesias
lo único que sea sagrado sea nuestra palabra.
Acá no se trata de una guía de turismo, sino más bien la
transmisión de sensaciones de una ciudad que amo y odio. Consideremos que solo
se odia lo querido. Es sin duda donde volvería una y otra vez, sin tener mi
hogar permanente (o quién sabe). Y
aunque suena a cliché de publicidad, el Centro Histórico es definitivamente la
tiara de esta hermosísima ciudad. Y sí, también son sus habitantes: seres que
tejen su realidad a regañadientes sobre un frío suelo, debajo de una lluvia que
no cesa.
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