Una rayuela y las ganas de ser uno mismo
Con 29 años de existencia jugué rayuela por primera vez. Lancé sin tino una piedra cualquiera esperando acertar como me indicó mi maestra. Una y otra vez hasta que logre que se quedara dentro del primer cuadro. Luego avance. Sin apostar, con la única ambición de disfrutar su compañía y el lugar. Sin pensar en la cantidad de hijueputas que destruyen este bonito país. Seguí detrás de ella sin quitarle el primer lugar. No siendo el deporte una de mis prioridades en la vida, pisar las líneas con talento ocurrió seguido.
Había leído a Julio Cortázar y su genial obra con el título
del juego. Mi maestra y La Maga tienen mucho en común, más de lo que deberían. Yo, por supuesto, únicamente puedo alardear encontrarme alguien así en mi camino. En
estos días acumulados de gris aburrimiento, esta dicha de sentirme tan yo no me
la quita nadie. Y aunque perdí como es mi costumbre en la vida, las risas no faltaron,
sino que se desbordaron una tras otra. Con mucha inocencia, la vida duele
menos. Y aunque suena a cliché, considero que el tiempo regalado es un tesoro. Ahora que incluso un like tiene que pedirse.
A mí lo que más me agradaba de mi niñez fue no necesitar un
porqué para cada día. Sin una razón de por medio, las cosas parecían llegar a
mi (me refiero a tareas, era un menor, pero no un cojudo). Tenía licencia para
llorar sin esconder las lágrimas. Por supuesto no delante de otros machos,
porque la vergüenza en tus primeros años de vida suele ser muy grande. Y además, porque la vida nunca me ha sido tan amarga. Soy yo el bruto que ha hecho remolinos en vasos de agua.
Y es que el juego, al que pocas veces caigo a menos que tengan
con licor de por medio, me vuelca en la niñez. Sin dudas del mañana, las risas te
salen una tras otra y no importa más que vivir el presente. Sin bancos que te llamen
a joder o la necesidad de tener una certeza para llevar los alimentos a tu mesa, puedes ser tú. Y no es esta una invitación
a dejar sus obligaciones y jugar. Para nada. Solo les comento que dejar de lado
esta amargura que nos jode, resulta agradable de vez en cuando.
Sé bien que está realidad con dificultades debe ser ir al
jardín de infantes frente al infierno que viven otras personas. Su sufrimiento
es sufrimiento y lo mío una queja, que pienso presentar en el tribunal del
olvido. Decirles que si hay algo más allá de lanzar todo por la ventana cuando los miedos
pueden más, cuando la escasez de trabajo golpea cada mañana, cuando su abrazo
no está. Todos esos martirios que nos golpean el corazón y la cabeza.
No sé bien lo que les contaría a los hijos que no tengo aún sobre lo que fue mi niñez (quién sabe si eso ocurra al paso que voy). Creo que el ejemplo como método de
enseñanza no sería la base para hablar de hombre a niño. Tampoco me ha servido
para hablar de hombre a hombre en realidad. Procuraría sacarle risas por
montones, para que tenga recuerdos gratos. No una burbuja de irrealidad sino
una oportunidad para que pueda equivocarse mientras disfruta. Espero leer esto cuando la dignidad me agarre con más años encima y no dar un discurso de ética y moral y las putas buenas costumbres.
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