No solo los del Titán se mueren

 Ya se discutió bastante del tema y seguramente más de una reflexión fue dicha. Pero necesito sacar esto de mi antes que se pudra y muera impunemente como muchos otros textos, negados a ver la luz porque no lo quise yo. Así es uno a veces: cruel inútilmente con lo que le apasiona. Es decir, lo que ya saben, con alguna gracia espero: 5 millonarios murieron por una aventura marítima a bordo del submarino Titán. Todo por cumplir un capricho y visitar los restos del famoso Titanic, donde otros ricos murieron entre el glamour y el horror.

Entre las muchas cosas que he leído al respecto, nunca falta la frase cliché que ‘uno no se lleva nada cuando se muere’. Que ninguna plata podrá salvarnos de los brazos de la parca. Lo sabemos. Reiterarlo no está demás sino estuviera acompañado de la lección de moralidad. De ese consejo no solicitado de aprovechar las cosas que no se pueden comprar. ¿Por qué cuesta tanto dejar de ponerse en ese pedestal? Resulta francamente desagradable. Y más cuando los que lo publican o lo dicen tienen un gran amor al dinero, pero son chiros.

Por otra parte, desde la autocrítica, reflexiono en el morbo de referirse a un tema usado y abusado en medios y redes sociales. Con las tantas muertes ocurridas a diario en el mundo, las de estos ricos parecieran mejores. Parecieran las muertes de las que se debe hablar. De esto me hizo pensar la acertada columna de la escritora María Fernanda Ampuero. En sus líneas hace alusión a un naufragio de migrantes que mueren a las espaldas de un mundo que ni se detiene en ellos, a pesar de la cantidad exorbitante en estos años. Son los africanos que luchan por llegar a una Europa que los repudia.

Sé muy bien que el mundo no es justo. Ni lo será jamás según parece. Esa es su característica por esencia. No creo que deba aceptarse y cruzar los brazos; sino hacer al menos un eco desde la trinchera donde estemos por cambiar algo tan de mierda. Aun así, se hace necesario reconocer la situación. Es, para empezar, un necesario ejercicio para colocar los pies sobre la realidad. Para darnos cuenta que hay más de una muerte que también debería importar, porque la vida humana debe valer algo más que el precio de ocho o más horas laborables, en sitios donde muchas veces las maldiciones deben estrellarse en unos labios cerrados. ¡Qué hijueputa!

Volviendo a la publicación de la fatal noticia en todos los medios y las redes, a esa mediatización de la muerte en pantalla de cinco seres humanos, también veo con tristeza como la alegría de unos cuantos imbéciles ya resulta preocupante. No espero que se conmuevan siquiera. Yo mismo no siento tristeza, sino un asombro al saber la forma tan costosa de abrazar la muerte de esos millonarios. Claro que fue un arrebato del destino, porque ni sospechaban seguramente que algo así podía suceder. Pero de eso a alegrarse considero necesitan atención, porque celebrar la muerte para sacarse las iras de las ventajas de gente con poder, está fuera de lugar.

Y si lo pienso más a fondo, cualquier burla de cualquier muerte y peor la justificación de un asesinato debieran ocurrir. Pero sucede, lamentablemente. Quisiera que hubiera una mirada más allá del malo que merece castigo. Porque esa es la lógica de algunos brutos: los ricos son malos entonces en consecuencia bien merecido se tenían morir allá en el fondo marítimo. Y no es tan simple, porque rico o pobre las personas somos un cúmulo de claroscuros. Así lo graficó Truman Capote, cuando nos hace conocer las historias de Perry Smith y Richard Hickock. No solo fueron asesinos, sino personas con vidas frustradas. 

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